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Fuego que enciende otros fuegos

Siempre digo que, si algún día se despierta en mí el deseo de hacerme un tatuaje, sería algo relacionado con el fuego. Será porque, así como los tatuajes quedan grabados en la piel, tengo marcado de esa forma un recuerdo puntual en mi corazón. Julio 2019. Volvía de una misión en Merlo, Buenos Aires, con mi grupo de amigos y amigas de la parroquia. Llegué a mi casa feliz y me senté a merendar con mis papás. Estaba hablando y contando todo lo que habíamos vivido cuando, en un momento, me di cuenta de que mi papá estaba llorando. Sin entender mucho la razón, lo abracé y le pregunté qué pasaba. “Lloro porque no quiero que nunca se te vaya ese fuego que te mueve por dentro”, me dijo.





Cuando me sumergí en el desafío de compartir algunas palabras en este espacio, el paso siguiente fue sentarme a rezar y reflexionar acerca de la solemnidad de Pentecostés que se aproxima, y que era el eje al que me habían invitado a escribir. Una de las primeras cosas que hice fue preguntarme qué lugar tiene esta celebración en mi vida y hacer un recorrido por mi propia historia.


Al hacerlo, la hoja de mi cuaderno de oración se llenó de momentos y recuerdos. Las risas de niños jugando y representando la llegada del Espíritu Santo, con vinchas que tenían llamas de fuego; los rostros de aquellos que forman parte de mi comunidad de Acción Católica, iluminados por la luz de un fogón que armamos dentro del templo; una vigilia compartida con los jóvenes JAR de mi parroquia, bajo el calor y la calidez de un fuego ardiendo.


En todos, el fuego. Y, entre ellos, las palabras de aquel julio de 2019 de mi papá. Pero, ¿por qué ese recuerdo? ¿Por qué lo vinculé con el día de Pentecostés? Más allá del fuego como elemento en común, ¿había algo más?


En Pentecostés celebramos la llegada del Espíritu Santo que anima a los discípulos a salir del encierro, que los llena de valentía, que trae las respuestas a sus dudas y búsquedas. Es un momento fundacional. Es un antes y un después. Con Pentecostés, nace la Iglesia. Una Iglesia que es, desde el comienzo, universal y misionera.


Es un punto de inflexión para los discípulos y para la humanidad toda, pero también para cada uno de nosotros, de manera única y personal. Es más que una fecha. Es más que una celebración. Es uno o, quizás, varios momentos en la vida de cada uno.


Hoy quiero invitarte a que te preguntes cuál fue ese o esos momentos en tu vida que quedaron tatuados en tu corazón, que marcaron un antes y un después, que te movilizaron, donde la fuerza del Espíritu Santo, que nos acompaña desde antes, se hizo concreta.


Pentecostés en mi vida fue aquel día que mi papá vio al Espíritu Santo en mí, y que lo llamó fuego. Fuego que me enciende, transforma, purifica e ilumina. Pentecostés en mi vida es hoy, que lo reconocí en aquel recuerdo.


Deseo que este año, además de festejar con nuestros grupos este día tan importante para nosotros como Iglesia, podamos también reconocer la presencia del Espíritu Santo que habita en nosotros y nos motiva a llevar adelante la misión que Jesús nos encomendó. Deseo que el fuego que está dentro de cada uno de nosotros, se una en un gran fogón. Y así, seguir siendo fuego que enciende otros fuegos.


Camila Marín

Responsable del Área Jóvenes Acción Católica Argentina

Parroquia Asunción y San Andrés


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