¿Qué significa vivir la vocación en el trabajo social para mi?
Buenos días, buenas tardes o buenas noches (si, como la película The truman show), para cuando leas este artículo. Mi nombre es Micaela, tengo 26 años, soy delegada de jóvenes de Acción Católica y servidora en la parroquia Jesús Buen Pastor, la Catedral de San Martín, en donde este año nació el Comedor “Roberto Di Francesco” en conmemoración a nuestro querido Padre. Pero fue mucho más que eso.
Como todos sabemos, este año no sólo la pandemia y el encierro nos golpeó, sino también una fuerte crisis que afecta directamente a los más vulnerables, y ser conscientes de ello nos llama a tomar una gran responsabilidad.
Elegir el trabajo social como forma de misionar en el mundo significa, por lo menos en mi experiencia personal, aprender a ofrecer de forma especial cada momento posible de tu tiempo para el hermano que llama a tu puerta. Cada día de servicio implica muchas veces aprender a recibir al otro en cualquier estado y a veces no saber cómo atender a la necesidad que se presenta, es algo que aprendimos en el día a día juntos con mis compañeros de comunidad. También aprendimos mucho sobre cómo trabajar en equipo, y de a poco a ofrecer nuestro tiempo al otro con mirada de hermanos.
Para ser sincera, mi trabajo actual implica la vocación del trabajo social, y había cosas que parecía tenerlas súper claras: los problemas de drogas, de empleo, impotencia, hambre o simplemente necesidad de escucha atenta. Sin embargo, vivir el trabajo social como comunidad de la iglesia significó un desafío distinto. Servir con las personas que amas también implica aprender a convivir de una forma completamente nueva, estar a la orden del día, vivir el cansancio de la demanda constante, y a veces no saber que es lo que nos molesta entre nosotros cuando pasan las semanas. Yo pienso que para los jóvenes llenos de ideales de cambiar el mundo o de querer hacer una pequeña diferencia, ver tanta vulnerabilidad social sabiendo que no podemos solucionar el problema de fondo es frustrante. También servir desde la iglesia implica no solo el asistencialismo. La apuesta siempre es más grande con Jesús en el medio y los gestos amables, la escucha y el cariño por nuestra gente es parte fundamental del servicio. Y ahí es cuando se convierte en entrega, en amor y sacrificio, pero no el sacrificio visto como un sufrimiento, sino como una entrega con convicciones, sabiendo por qué hago lo que estoy haciendo.
A pesar de muchas dificultades, todavía hay jóvenes que luchamos por hacer un cambio, que elegimos tener gestos solidarios ofreciendo nuestro tiempo desde esta vocación en el trabajo social. Y hablo en plural porque nada de esto podría funcionar sin mis hermanos de la comunidad, sin los vecinos que nos donan los alimentos y toda la comunidad parroquial que sirve con nosotros. Pero sobre todo, hay una convicción que creció mucho en este tiempo y es el llamado de los jóvenes al servicio vivo, con pasión y con dificultades. Estoy convencida de la propuesta de la iglesia al llamado del Papa Francisco en la Exhortación apostólica postsinodal Christus Vivit a los jóvenes y al pueblo de Dios: “Un joven no puede estar desanimado, lo suyo es soñar cosas grandes, buscar horizontes amplios, atreverse a más, querer comerse el mundo, ser capaz de aceptar propuestas desafiantes y desear aportar lo mejor de sí para construir algo mejor. Por eso insisto a los jóvenes que no se dejen robar la esperanza (…)”
Darle de comer al hermano que pide de comer, dar bebida al que pide de beber y dar abrigo al que pide un abrigo. Así, sin más, y sobre todo con amor, esta es nuestra misión hoy.
Micaela Carrillo
Delegada de jóvenes de Acción Católica
Parroquia Jesús Buen Pastor
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