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Proyectar el Evangelio


“Yo nací para mirar, lo que pocos pueden ver. Yo nací para mirar… ¡Mira! Charly García, Cinema Verité

Mi nombre es Marco, sin “s”. Tengo veinticinco años, estudio cine y trabajo mirando dibujitos. Creo que Dios sabe llamarnos hacia Él de formas misteriosas y maravillosas pero al final del día, irresistibles. A ese llamado le decimos vocación.

Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez». «¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera». Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».

Jn 1, 47-49

Algo que me fascina de esta lectura es lo misterioso del llamado de Natanael. Lo conmueven las palabras más insólitas, quizás las menos compradoras de todas las que Jesús podría haberle dicho: “Te vi debajo de la higuera”. ¿Cómo estaba Natanael? ¿Qué pasó por su cabeza y su corazón en ese instante que Jesús le señala? Evidentemente algo transformador, porque sólo con esas palabras alcanzó para que él aceptara un llamado que le cambió la vida.





A mí no me agarró debajo de una higuera. Me agarró con dieciséis años, en un retiro de Juves de Acción Católica. Tirado en la cama panza arriba, mirando al techo. Sonaba un CD de Limp Bizkit en un discman conectado a unos parlantes de compu viejos que había traído de contrabando al Retiro, porque no se podía. Acabábamos de escuchar un testimonio de un, en ese momento, seminarista, que había sido delegado de mis delegados. Era un testimonio sobre la vocación, sobre un llamado tan fuerte e irracional que invitaba a dejarlo todo, las seguridades, los miedos, los dones y los defectos, toda la vida en manos de Jesús.

Yo hacía un tiempo largo que pensaba sobre qué me gustaría estudiar. Tenía en una mano lo que mi familia me sugería, en la otra algo que me garantizara salida laboral y un futuro estable, en otra, delirios de salvar al mundo. Pensé en hacerme cargo de las tres manos. ¿Tres carreras, una después de otra? ¿Cuál hacer primero? ¿Por qué no las tres juntas? Y en algún momento de ese año, apareció el cine.


Digo, el cine. Las historias de vida de los cineastas tienen inicios bastante solemnes, ves una película que te vuela la cabeza y que te hace replantearte todo. A mí el cine se me apareció en cuotas: los dibujitos, las películas con mi viejo, las telenovelas con mi mamá, el cine con mi hermano, sacar fotos, editar fotos, escuchar música, editar videos. Eran los primeros años de YouTube, de admirar fascinados el potencial creativo que había detrás de pegar dos imágenes y doblarles el diálogo. No, nunca fui youtuber, no me animé a tanto.

Todas estas cosas rondaban por mi cabeza y mi corazón en esa cama, y fue cuando se me dio por soñarme. Soñarme más grande, atravesando cada uno de los caminos que veía posibles. Y sentí que sólo uno me hacía feliz, sólo uno me llamaba.


Dios nos creó, nos ama porque nos conoce y nos conoce porque nos ama. Y nos sueña felices, plenos y santos. Ese día sentí que Dios me soñó así, y en ese camino. Cuando se me pasó el modo retiro y el voleo espiritual, comencé a discernirlo, y lo discierno todos los días. Hoy creo que mi vocación es el Evangelio, comunicar el Evangelio. Porque al final, todo nos regresa al Evangelio… ¿no? Y creo que el cine puede contar, proyectar el Evangelio y encima sin palabras, como le gusta a Francisco.


Para mí el cine es un paraíso en los ojos de Tornatore, o un descenso a los infiernos en la mirada crítica de Pasolini. Para Buñuel el cine era la prueba de que no vivimos en el mejor de los mundos posibles. Para mí el cine es contagiar una mirada. Es aprender a mirar y a escuchar, a mostrar y a animarse a ver desde otra perspectiva. Es una escuela de contemplación, y también es proyectar un poco del alma de uno.


Tiempo después para el colegio me pidieron entrevistar a alguien de la industria. A esa persona le pregunté si se podía vivir del cine. Me dijo que “no estudiara cine para vivir de eso, que lo estudie si no podía vivir sin eso”. En estos tiempos de incertidumbre e inestabilidad económica, el cine en nuestro país sufre un poco más que otras industrias. Siento miedo e inseguridad, me pregunto si todo esto es lo que Dios soñó para mí. Mi profesión no es lo que soñé, por más que sin dudas a mi yo de cinco años le hubiese encantado saber que se podía vivir de mirar televisión.


Pero elegir el cine me hizo mejor cristiano. Me hizo transitar espacios y miradas desconocidas. Me devolvió a la parroquia mejor militante de Acción Católica. Me hizo mejor evangelizador. Me enseña a contemplar.


Me acerca a Jesús y me hace feliz. Eso es vocación para mí.

Marco Adrián Cincotta

Acción Católica Argentina

Parroquia Jesús Buen Pastor – Catedral de San Martín

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