Iluminada por la “Christus Vivit” hoy me detengo a pensar: ¿Cómo me sueña Dios?
Busco respuestas, rezo, pruebo cosas nuevas, exploro en mi interior. Me alejo y vuelvo.
Viajo, pregunto, investigo y siempre me encuentro con su amor misericordioso dándome paciencia y aliento.
Mientras se llega a la meta, en el camino se nos van presentando vivencias y personas que
nos acompañan y nos enseñan que de todo siempre hay frutos que cosechar. Descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser, nos ayuda a descubrir la vocación que hay en uno.
Desde que Jesús entra en mi vida y en la de cada uno, no hay más miedos. Lo que Él busca
es nuestra amistad porque nos ama. Con ese simple y profundo gesto nos permite entender que nada es fruto de un caos sin sentido, sino que todo puede integrarse en un camino de respuesta a un precioso plan para nosotros. Somos llamados a prestar nuestros dones al bien común porque nuestra vida en la tierra alcanza su plenitud cuando se convierte en ofrenda.
Y ahí entiendo que es un regalo de Dios y que para sentir regocijo hay que arriesgarse.
Con un corazón contento y agradecido por sabernos amados por Dios, nos invito a seguir
trasmitiendo el evangelio con tanto fervor, que se sienta en cada rincón del mundo que llevamos a Jesús en el corazón, porque de eso se trata el hacer lio.
El deseo de Francisco al final de la “Christus Vivit” también es el mío…
“Y al final, un deseo: Queridos jóvenes, seré feliz viéndolos correr más rápido
que los lentos y temerosos. Corran «atraídos por ese Rostro tan amado, que
adoramos en la Sagrada Eucaristía y reconocemos en la carne del hermano
sufriente. El Espíritu Santo los empuje en esta carrera hacia adelante. La Iglesia
necesita su entusiasmo, sus intuiciones, su fe. ¡Nos hacen falta! Y cuando
lleguen donde nosotros todavía no hemos llegado, tengan paciencia para
esperarnos»” (C.V. 299)
Jimena Carriaga
Parroquia Santa Juana de Arco.
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