Mi nombre es Martin, aunque ya hace mucho tiempo que no me doy vuelta cuando escucho ese nombre; en la parroquia soy simplemente Tincho y ese apodo tiene mucha carga emotiva para mí. Hoy, si me regalan unos minutos, me gustaría contarles por qué.
Me crié en el seno de una familia apenas creyente. En realidad, todos bautizados y gracias, pero dentro de todo había mucho amor. Todos los veranos íbamos a visitar a mis abuelos y primas en Paraná, provincia de Entre Ríos y fue ahí donde recibí mi formación más sólida. Hoy diríamos que eran muy conservadores, pero que se yo, Dios se revela a cada uno de maneras muy locas.
-¿Cómo te llamas?-, me preguntó un señor altísimo que portaba un escudo reluciente. – Martin -, le dije. - Bienvenido Tincho -, me dice. Un día, un buen día cualquiera de esos que no esperas nada, fue cuando conocí la Acción Católica, aunque más correcto sería decir que conocí a Jesús, un Jesús radicalmente distinto al que yo había conocido hasta ese momento, uno de mate amargo y cercanía, de la duda y el abrazo, del perdón y el insulto.
Por primera vez en mi vida, Dios había bajado, había dejado de anotar mis pecados en su enorme libro y tocaba la guitarra entre amigos.
Los años pasaron bellamente, el fuego en mi corazón crecía y crecía, y las ganas de algo más también lo hacían. En este punto sería bueno aclarar que la A.C.A abarca todo tipo de carismas, nada le es propio y a la vez todo está permitido. Se trata de ser creativos para hacer crecer el Reino de Dios. Pero a veces las personas y las instituciones no pueden meter en el bolsillo el llamado por más buenas intenciones que tengan.
Y llegó la cuarentena. Tantas charlas se callaron, tantas reuniones se postergaron, y en el medio, el corazón inquieto como siempre. Pero era tiempo de bajar un cambio y quedarse en casa por un tiempo. Resulta que pasó otro de esos buenos días, recibí una invitación de lo más trivial. La idea era juntarnos tres pibes que teníamos permiso para circular y preparar unos botellones de lavandina para entregar a las parroquias de la diócesis. Terminamos temprano y nos fuimos a comprar unas facturas y un jugo para desayunar. Lo que no sabíamos es que Jesús quería desayunar con nosotros. Se nos acerca un hombre con un aspecto bastante herido. Puede sonar esto a prejuicio, pero con el tiempo uno aprende a mirar y a descubrir en los ojos ciertas historias no contadas que duelen en silencio. El hombre pide en el negocio que estábamos algo para comer, ahí se me despertó algo adentro, algo a mitad de camino entre la indignación y la euforia. Teníamos que hacer algo. Ni idea cómo, pero no podíamos quedarnos de brazos cruzados.
No me detendré acá a detallar el servicio que realizan mis hermanos y compañeros del comedor Roberto di Francesco¹ ya que para eso están todos más que invitados a conocerlo, solo diré que en ese momento había que tomar una decisión; de esas que le dan sentido a la vida, le dan gusto, aunque sea amargo. Había una familia con la que contar para dar el paso y estar dispuestos a todo. El riesgo era alto, pero más que nada por las posibles víctimas que dejaríamos en el camino intentando hacer algo bueno.
Hoy en mi familia estamos los tres contagiados, y no podemos ir al comedor a servir, pero sabemos que detrás nuestro van a seguir otros corazones dispuestos a darlo todo por este ideal.
Martín
Acción Católica
Parroquia Nuestra Señora de Lourdes de Ciudadela
¹ Comedor que funciona en la Catedral de San Martin. Parroquia Jesús Buen Pastor.
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