¡Hola! Me llamo Agustina, tengo 23 años, soy de la Diócesis de Morón y estudio Ciencias Sagradas. Participo de la pastoral del Colegio Emaús, desde que estoy en 4to año y cuando egresé empecé a acompañar a distintitos grupos de chicos en su camino de Fe.
Cuando me puse a pensar sobre que podía compartirles, se me cruzaron las mil y un cosas que hacemos todos los que llevamos adelante una pastoral, retiros, eventos, charlas, misas, reuniones y la que en mi vida ocupa en primer lugar, la Misión.
Jesús nos llama a misionar en todos los lugares de nuestra vida, en casa, con amigos, en la pastoral, en el trabajo y en la carrera. Pero creo que hablo por todos, cuando digo que la Misión propiamente dicha, el irme de mi casa, dejar mi comodidad y salir al encuentro del otro es a la que más fácil se nos hace decir que sí.
Desde hace ya varios años, como Diócesis misionamos los diez primeros días de enero a distintos pueblos en Santiago del Estero, y después de cuatro años cambiamos de departamento, sería como el municipio, para poder llegar a todos los que podamos. Cada misión es diferente, pero siempre se mantiene el mismo sentimiento, compartir con el otro y compartir con Dios.
Durante el año pasado, en la vorágine de la rutina, me costaba muchísimo encontrarme un ratito para estar con Jesús, si bien me la pasaba organizando eventos, encuentros y retiros, nunca encontraba un momento para parar la pelota y ponerme cara a cara con él. Todo eso cambió cuando me subí al micro para llegar a Santiago. De por si esta misión empezó diferente, todos los años llegábamos a eso de las nueve de la noche a una plaza donde el obispo de allí nos recibía con una misa, pero este año no paso, porque después de que se rompiera un micro estuvimos 24hs viajando (si, 24 horas arriba del micro cuando lo normal eran entre 14 y 16).
Particularmente, esta misión que pasó le dio a mi vida un giro de 360°. Tuve la suerte de haber misionado durante dos años seguidos en un pueblito al costado de la ruta llamado Villanueva, el haber tenido la posibilidad de visitarlos dos veces me hizo ver el crecimiento de mucha de la gente del pueblo, y no hablo solo de la edad. Veía como las familias esperaban el rosario y la celebración de la palabra, como los nenes sonreían cuando organizábamos los mismos juegos y danzas que hacía cuatro años, que ellos no se cansaban de repetir. El calor fue particularmente duro, y las lluvias tardaron en llegar. Año a año, las familias nos pedían que rezáramos por que lloviera porque estaban perdiendo la cosecha, y normalmente la lluvia no tardaba en aparecer, pero este no era el caso.
Al llegar el último día de misión, el día en el que íbamos a tener nuestra última cena con el pueblo, porque todos sabíamos que después de cuatro años, no íbamos a volver, la tormenta se hizo presente y literalmente se cayó el cielo. Fue una mezcla de sentimientos, porque sabíamos que la gente necesitaba la lluvia, pero también sabíamos que si llovía nadie iba a poder salir de la casa.
Dios nunca se cansa se sorprendernos, y así sin más, con la luz cortada en todo el pueblo, rayos, truenos y la lluvia que no paraba de caer, tres nenes y una familia aparecieron en la celebración de la palabra y se quedaron a una cena del pueblo a la luz de las velas (o a la luz de emergencia en realidad)
La noche del último día, cuando nos reencontramos con todos nuestros amigos donde pasamos el día antes de que el micro nos buscara para volver a casa, todos los nenes del pueblo que no habían podido ir el día anterior por la lluvia, se aparecieron para despedirnos. Hubo muchos abrazos y demasiadas lágrimas, y ahí, cuando nos tocó despedirnos de es pueblito que solo se extendía unos cuantos metros al costado de la ruta, se me vino una frase que nos compartió el Obispo de Villanueva en nuestra primera misión en el pueblo hacia cuatro años y nos acompañó hasta el día de hoy: “Santiago no tiene riendas, pero te ata”
Me despedí de ese pueblo habiéndome reído más que nunca, me despedí abrazada a todos los amigos que con los que forjé amistades en esos años de Misión, me despedí acordándome del nombre y de la mirada de todas las personas que nos abrieron la puerta, me despedí habiendo encontrado otra vez el amor y sobre todo me despedí con la certeza de que Jesús está, siempre.
A lo largo de estos años en la pastoral viví muchas experiencias, y si bien todas fueron muy importantes, hasta hoy nada igualó el sentimiento que me queda en el corazón cuando estoy en la Misión. Son 10 días de tener el corazón en la mano, de estar predispuesto para el otro, de dejar de buscar en lo grande, para encontrar a Dios en lo pequeño. Es arrancar el año con la certeza de que Jesús está siempre presente, aunque en la rutina muchas veces pueda dejarlo un poco de lado.
Cada forma de evangelizar es diferente, algunas nos cuestan más y otras menos, pero creo que la Misión es ese lugar donde nos desprendemos de todo y nos enfocamos en lo más importante, que es anunciar la palabra de Jesús.
Despedirme de Villanueva no fue fácil, despedirnos de la gente a la que conocemos en cada misión tampoco. Pero eso es a lo que estamos llamados ¿No?, a misionar por todo el mundo, y si bien una parte de mí se quedó para siempre allá, sé que Jesús me invita a seguir anunciando por todos los lados en donde todavía no lo conocen.
Agustina Schivo
Comunidad Emaús
Diócesis de Morón
Comments