Me gusta pensar nuestra vida como un camino. La vida es como un recorrido bajo el cielo donde nos vamos adaptando a las circunstancias, el clima, el terreno, la noche, el día, a lo que nos rodea. Una vez una persona muy querida me dijo que la experiencia de caminar es la que nos enseña, pero sobre todo, que el compartir con el otro es lo que nos hace crecer. Sin dudas que para algunas personas caminar solos es atractivo y cómodo de pensar: nadie con quien ponernos de acuerdo, tomar nuestras propias decisiones. Si queremos descansar, paramos. Si queremos seguir tal o cual dirección lo hacemos según nuestro propio criterio. Solo tenemos que preocuparnos por llegar a nuestro propio destino. Pero… ¿Es posible caminar solos?

Cuando hablamos de “camino” podemos imaginar un sinfín de cosas que pueden ir variando. Todos tenemos nuestra propia experiencia caminando. Algunos ya recorrieron mucho, otros apenas dan los primeros pasos. Para algunas personas es una caminata constante, otros necesitan frenar a descansar de vez en cuando. A veces es como ir cuesta arriba y por momentos como caer en picada.
Para serles sincera, mi concepto de camino va variando todo el tiempo, pero hay algo que siempre es igual: no imagino mi camino en soledad. Sin dudas los que nos acompañan en el recorrido le dan más sentido a éste. Los compañeros de camino son quienes nos animan a seguir, quienes nos levantan si nos tropezamos. Esos que nos enseñan a ser tolerantes, a escuchar, que ponen a prueba nuestras capacidades. Algunos los cruzamos de vez en cuando, pero siempre sabiendo que están para lo que necesitemos. Hay otros que caminan a la par nuestra, y nos acompañan codo a codo en cada paso que damos. A veces, el ritmo de la vida no nos permite darnos cuenta de lo importante que es tener personas que nos guíen y nos apoyen. A veces, nos cuesta mucho dejarnos ayudar. Nos encerramos en nuestro propio mundo, en nuestra propia vida.
Pero quiero que nos centremos en aquellas personas que están o estuvieron en nuestras vidas y que nos han dejado alguna huella. Seguramente se nos vienen a la cabeza miles de nombres y caras con las cuales nos hemos encontrado. Todos tenemos a alguien que nos marcó o nos enseñó, que nos sostiene. Recuerdo el lema de uno de mis primeros campamentos con un grupo de adolescentes hace algunos años: “No es enseñarme a caminar, es sujetar mi mano al andar”. También recuerdo las caras de cada uno de los que estuvieron ahí, las largas caminatas todos juntos como grupo, y la alegría que contagiaban que definitivamente dejó huellas en mi camino. Y aunque fui creyendo que era yo la que los acompañaba y guiaba, en verdad pude ver que eran ellos los que le daban sentido a mi camino, los que me sostenían. Me enseñan y demuestran todos los días que en comunidad y con una sonrisa, caminar es más fácil.
Un encuentro es una coincidencia, un hallazgo, reunirnos con el otro. Compartir la vida con los demás es como dar un pedacito de lo que somos, y que el otro nos preste un pedacito suyo. Es un intercambio de emociones, experiencias y vivencias. A lo largo de todo mi camino siempre fueron fundamentales las personas que me rodearon. La vida en la parroquia me enseñó que estar presentes y atentos a lo que los demás necesitan para hacer su camino es fundamental. Pero, sobre todo, hacerles saber que ahí estamos. Alegrarnos por sus logros, y acompañarlos cuando les cueste más. Estamos llamados a ser comunidad y nutrirnos de lo que nuestros hermanos tienen para brindarnos.
Abrirnos al encuentro con el otro es un desafío para todos, pero cuando nos dejamos amar y abrazar, cuando nos dejamos sostener por nuestros compañeros de camino ¡todo se vuelve un poco más lindo y sencillo! Por suerte, tenemos la tranquilidad de saber que hay alguien que camina al lado nuestro siempre y que nos ama por sobre todas las cosas, pase lo que pase: ¡Jesús! Él nos invita a dar ese paso, a encontrarnos con nuestros hermanos y a compartir el camino con ellos.
Hay una canción que dice que “se hace camino al andar”. Pero yo les propongo que hagamos camino al amar. Cuando abrimos nuestro corazón, amamos y nos dejamos amar, el dolor se comparte y la felicidad se multiplica. ¡La vida compartida es fuente de alegría!
Sofia Latasa
Parroquia Santa Juana de Arco.
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