Aquí estoy, ¡Envíame!
- Juventud San Martin
- 19 oct 2020
- 4 Min. de lectura
En este tiempo complejo de pandemia por Covid 19 que hoy estamos transitando, donde para algunos Dios ha dejado de escuchar a la humanidad o, peor aún, otros creen que no hace falta escucharlo, me llega la invitación de contarles cómo vivo la dimensión misionera o qué es la misión para mí.

Mi nombre es Marina Terrazo, soy laica, Psicóloga Social y Profesora de Ciencias Sagradas. Trabajo en una empresa de comunicaciones y varias instituciones educativas. Soy hija de una ama de casa y un delegado sindical del correo, jubilados. Tengo tres hermanos varones menores y 5 sobrinos. En el seno de esta familia, con distintas experiencias humanas y de fe, voy a ir descubriendo a un Dios que nos acompaña y regala el don de la vida, sólo por amor.
Mi primera experiencia, explícitamente misionera, fue a los 17 años con mi colegio secundario, el Instituto Ntra. Sra. de Luján del Buen Viaje, que proponía , a parte del clásico viaje de egresados a la ciudad de Bariloche, una experiencia misionera previa en una escuelita rural, en la provincia de Neuquén. Fue para mí una experiencia fundante, donde comprendí que la misión no sólo era dar, sino salir al encuentro del otro, donde la familia se amplía y la mayoría de las veces somos nosotros los misionados, recibiendo más de lo que podemos dar. Para nosotros misionar era la promoción humana. Con el tiempo entendí, que esto era el fruto de años de un proceso de una comunidad, que había comenzado en 1980 con la llegada de un misionero italiano, el padre Rolando Roiatti, sacerdote de la diócesis de Udine. A través de un acuerdo con la diócesis de San Martín, como misionero ad gentes, decide salir al encuentro y fundar la parroquia y el colegio para una comunidad friulana, en Loma Hermosa. Este sacerdote como muchos miembros de esta comunidad, fueron referentes y estilos de vida que nos marcaron y han dejado huella.
Al año siguiente, comencé a formar parte del grupo de jóvenes “Camino de Emaús” de la parroquia y la misión adquirió otra dimensión. Junto a un amigo de “grupos de perseverancia” nos fuimos a la Capilla de un barrio de emergencia, cercano a la parroquia. Esto que ahora parecería algo sin relevancia, en ese tiempo fue muy novedoso ya que, por lo general, sólo los seminaristas hacían este estilo de misión. Creo que al P. Rolando al principio no le gustó mucho la idea pero siempre supo escucharnos y acompañarnos. Le dijimos que creíamos que había que empezar en el barrio más tiempo que una misión de verano y enseguida se entusiasmó con la idea. Años siguientes llegaron las misiones en el Barrio Nueva Esperanza y la Capilla; ya no éramos dos, sino todo el grupo de jóvenes, que hasta se quedaban a dormir en las vacaciones de invierno. En este tipo de misión descubrimos al pobre, no sólo material, sino como un lugar de encuentro con Dios. Ellos me enseñaron la importancia de la comunidad, me admiraba su generosidad y se derribaron prejuicios. Años más tarde, el Card. Bergoglio y los obispos harían su clásica misión en este lugar. También, varios misioneros italianos hicieron experiencia allí y otros fuimos para allá, a Pagnacco, Italia.
Todo esto fue marcando mi vocación, estudié Psicología Social, para entender lo que acontece en los grupos y las personas, era algo que me cuestionaba al tener que coordinar. Fui sanando heridas y descubriéndome a mí misma en este proceso. Luego, el profesorado de Ciencias Sagradas y terminar de descubrir mi “para qué”. Con el tiempo entendí que todo lo que había recibido no podía guardármelo, a pesar de mi misma o de algunos; y cada vez que quería renunciar, me encontraba con una nueva misión o con “más responsabilidad”. En el 2006, llega la experiencia pedagógica-misionera en el Pueblo de Icaño, Santiago del Estero. La misión vuelve a ser diferente, ahora podía hacerlo desde mi vocación, fuimos a dar clases a escuelas rurales de los parajes del lugar. Y fiel a que la misión es 24/7, también armamos el proyecto “Madre Teresa” con mis compañeros, donde después del profesorado salíamos a llevar algo calentito a los que vivían en las calles o plazas cercanas. Tampoco era muy común, después dejamos de hacerlo por la cantidad de grupos que empezaron la misma misión y nos sentimos felices por ello. Ahí aprendí que las periferias tenían que ser una constante en la misión y si hoy tengo que optar, las elijo por sobre lo demás.
“Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero…Porque, si alguien ha escogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿Cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?”, nos dice Papa Francisco en EG 8.
Hoy, a través de ámbitos educativos, es donde vivo este deseo, donde entendí que mi comunidad está más allá de los límites territoriales y agradezco a Dios tantos rostros que me ha dejado esta amistad. Puedo afirmar, que la alegría que sientas día a día en lo que haces, a pesar de las dificultades, es lo que te demuestra que vas en el camino correcto y que se puede seguir anunciando a Jesús, aun en “tiempos de Pandemia”. Decirle a mis 17 años ¡Aquí estoy, envíame! fue lo mejor que me pasó en ese momento y hoy sigo renovando ese sí, en el encuentro con cada uno de mis hermanos. ¡Feliz mes de las misiones a todos!
Marina Terrazo
Asesora de la Pastoral de Juventud
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